Dice Herrera Luque en su "Historia Fabulada" acerca del origen de las hallacas que en la construcción del camino real de Caracas a la Guaira les daban de comer a los Indigenas y esclavos masa de maíz cocida en hojas de plátano, pero estos se enfermaban mucho y no rendían en su arduo trabajo, luego a alguien se le ocurrió mezclarles con la masa las sobras de carnes y guisos de la comida de los jefes españoles, así los esclavos estuvieron mejor alimentados y rendían mejor en el trabajo, además que no se enfermaban tanto. Cuenta que la evolución de la hallaca se dirigió hacia el uso de mejores carnes, de aceitunas, alcaparras, pasas de uva, al perfeccionamiento del guiso y de la confección en general. Quizás sea sólo una más de sus fábulas salpicadas de historia patria, a mí me gusta esta historia. Hoy día la hallaca más que ningún otro plato del acervo culinaria venezolano nos representa tan bien y muestra nuestras raíces, indigenas, negro-africanas y europeas. Hijos de la conquista, forjados al calor de guerras, caudillismos, esclavismo, desarraigamiento de lo autóctono y sobre todo del mestizaje. La hallaca mescolanza de culturas, confluencia de usos de ingredientes, de costumbres solapadas, de culturas impuestas. La hallaca el plato nacional por excelencia.
Hay tantas como regiones tiene Venezuela, como pueblos, cómo casas, cómo familias; la tradición que es pasada de madres a hijos se mantiene en la hallaca, técnicas de cocción, fórmulas secretas, una pizca de canela en el guiso (Toque satánico de mi abuela Valeria), alcaparras licuadas, para no ser detectadas por sus detractores, guisos cocidos, guisos crudos, garbanzos, ciruelas pasas, técnicas secretas de escogencia de las hojas. Tradiciones todas que se conservan mientras que las familias sigan unidas confeccionando el platillo navideño. Antes, en un pasado no tan remoto, las familias mataban el cochino y las gallinas, buscaban, cortaban, asaban las hojas, recogían el maíz, lo cocían y luego lo molían, hacían de las arduas tareas de confección todo un acto de comunidad, de familia, donde las madres mandaban, dirigían las operaciones. Hoy día en esta sociedad de facilismo y super sintetizada donde los vegetales se compran picados y hasta la masa se puede comprar lista, donde cada vez más familias o bien no se reunen a hacer las hallacas o bien las compran hechas por las ocupaciones, es más importante el ritual sagrado de en familia confeccionar las suculentas compañeras de las noches decembrinas.
Las familias que mantienen esta tradición se ven fortalecidas, establecen lazos más estrechos, incluyen a los nuevos miembros y conservan las tradiciones venezolanas. La importancia de hacer hallacas es quizás subestimada por todos, es valorada secretamente por madres que quieren que sus tradiciones prevalezcan para la posteridad, por padres que respetan los orígenes de la familia, por hijos amorosos que respetan estas cosas. La hallaca es un acto de amor de la madre a su familia, del padre a su familia, el trabajo que supone, el gasto que implica las hacen ser toda una cúspide donde se mide no sólo los logros del año, sino la armonía de la familia.
Tuve la suerte de ver cuatro generaciones de mi familia haciendo hallacas: mi bisabuela, mi abuela, mi mamá y mi hermana trabajando hombro a hombro en la elaboración de las multisápidas. Hoy día en el que mi bisabuela se fue a otros campos, a otro plano, agradezco el tezón de mamá en hacer las hallacas como acto de unión familiar. Salud por las mujeres de mi familia, mujeres fuertes, valerosas, luchadoras que no dejan que se pierdan las tradiciones familiares, que nos involucran en el acervo familiar y nacional. y como todos saben las mejores hallacas: SON LAS DE MI MAMÁ.
Buen Provecho a todos, Feliz Navidad y muchas hallacas confeccionadas en familia, porque familia que hace hallacas unida permanece unida.
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