jueves, agosto 09, 2007

La memoria, los platos y las ratas


Una de las propiedades que puede tener una buena comida es la de llevar a comensal a una memoria gustativa que lo acerca a su emotividad, leí por allí a un moderno crítico gastronómico hablando del abuso que de esto se hace en la cocina de vanguardia, cosa que no creo esté mal. Por mi parte creo que hay platos que nos llevan a recordar ciertos acontecimientos de nuestra vida, ciertas vivencias, ciertas etapas de la vida. Me sorprendió sobremanera que en la Pelí Ratatouille expresan magistralmente como un plato puede trasladar a alguien a un sitio a un tiempo a una dimensión diferente de que se habita. Un viaje astral-gastronomico, por decirlo con terminos rimbombante y que emparentan a la cocina con las ciencias ocultas.


Ví la película el fin de semana y me gustó mucho, es genial que sea el protagonista de un film un chefcito que lucha por llegar a ser reconocido a pesar de las cirscuntancias, además de lo de la memoria gustativa me fascinó de la película la pasión de Remy el protagonista por los sabores y aromas y la búsqueda de la armonía entre ellos en los platos. Esa búsqueda si que tiene algo de místico, algo de mágico, algo de sagrado.

San Antonio de los Croissant

Cuentan que en el sitio que los turcos hicieron a Viena en 1683, los turcos comenzaron a hacer un túnel bajo las murallas. Trabajaban bajo el amparo de la noche para que los austríacos no sospecharan, pero los panaderos que trabajaban de noche, oyendo el ruido de palas y de trabajo bajo tierra dieron aviso al Rey y a su ejército. Así, el Rey en agradecimiento les concedió a los panaderos varios beneficios, entre ellos el de usar espada al cinto. Los panaderos en agradecimiento inventaron dos panes: uno llamado emperador y otro en forma de media luna, para burlarse de los estandartes turcos, ese pan fue: el croissant.


El fin de semana estaba en San Antonio de los Altos y desayunamos en una panadería llamada La Bagatella. Yo que como buen gocho no acostumbro a desayunar en panaderías, sino más bien empanadas, arepas o algo más sustancioso, puse el ceño fruncido cuando el plan de mis primos era el de desayunar en la panadería. Ya en el sitio, ellos me recomendaron los cahcitos y hojaldres rellenos: Crema de camarón, queso crema con pavo, queso crema con tocineta y cebollín, jamón. Pues, desayune encantado de la vida, y puedo decir que esos hojaldres, cachitos, croissant o pastelitos son de los mejores que he degustado en mi vida, tanto que mientras escribo esto se hornean unos intentos de hojaldres en mi cocina, no creo que queden igual. A partir de ahora seré menos gocho y cada vez que viste San Antonio iré a esa panadería a desayunar.

domingo, agosto 05, 2007

LETRAS Y SABORES

En el fondo, el placer de follar no supera al de comer. prohibido comer como está lo otro, habría nacido toda una ideología,una pasión del comer, con normas caballerescas. Ese éxtasis del que hablan –el ver, el soñar cuando follas- no es sino el placer de morder un níspero o una racimo de uvas.

Cesare Pavese. El oficio de vivir.




Debìa un post a propòsito de la visita que por motivo de la FILU 2007 (Feria Internacional del Libro Universitario) hizo el Dr. Josè Rafael Lovera, quien participò con una conferencia titulada: Letras y Sabores, Literatura y Cocina. A continuación algunas notas que de esa conferencia tenìa y una que otra reflexiòn.





Faustino Cordón en su: Cocinar hizo al hombre asegura, que el origen del lenguaje tiene que ver directamente con la actividad culinaria. A partir del descubrimiento del fuego y por tanto del cocinar los alimentos, los hombres primitivos fueron dando nombre a las actividades culinarias, a las técnicas utilizadas, a los ingredientes, y se fueron poniendo de acuerdo unos con otros modulando, codificando y haciendo una convención de los gruñidos y de los nombres dados, originando así el lenguaje. La cocina y el lenguaje, material éste del que está construida la literatura, se ven relacionados por esta teoría evolucionista muy bien argumentada por Cordón. Más allá que sea crea o no en esta teoría, resulta interesante ver el comer o el cocinar como medio generador de asociación entre los hombres.

La gastronomía, que etimológicamente tiene más que ver con el estómago que con la buena mesa, se ha vuelto un hito de la globalización, su unificación en cuanto a técnicas, ingredientes y tecnología, avanza con la prontitud del segundero y la masificación de la buena cocina alcanza niveles inauditos. Asombra la cantidad de libros y revistas que se editan, programas y canales de televisión, escuelas, artistas reconocidos, entrevistas, sitios en la web relacionados con temas gastronómicos. Pero más que el snobismo resultante del exitoso alcance de la comercialización de la cocina como moda, como arte, como buen vivir, como negocio, la cocina resulta tan ligado al hombre y su historia que merece especial atención de quienes se dedican al conocimiento humanístico. Se puede decir: “dime qué comes y te diré de donde eres, qué historia tienes, qué dioses adoras y a qué grupo social perteneces”. Hace ya un par de años que se ha reconocido a la cocina como un patrimonio cultural inmaterial de las naciones y como tal se trata y se estudia a nivel académico, como ejemplo cercano pongo a la labor que lleva el Centro de Investigaciones Gastronómicas de la UNEY bajo el mando de la encantadora Cuchi Morales.

Cuentan que Baudelaire dijo que a falta de una buena cocina el hombre debía ocupar ese vacío con literatura gastronómica. Resulta gracioso imaginar al poeta leyendo recetas de cocina, quizás tomó buenas obras literarias como alimento o simplemente se distrajo de las malas comidas leyendo buenos libros. La cocina como necesidad del hombre y como representación de la cultura de un pueblo adquiere una fuerza sin precedentes. Su relación con la literatura es tan intrínseca como inherente son las necesidades fisiológicas al hombre.

Es indudable que de los placeres uno de los más paradigmáticos es el comer, que aunque surge como una necesidad ha evolucionado y se ha refinado a grados altísimos que ya se considera arte. Dice la chef catalana Carme Ruscalleda que “la cocina es un arte tan perfecto que además se come…” La literatura como expresión de la humanidad no ha apartado a la cocina y al comer de sus temáticas, ya que el comer y el hombre no se pueden disociar.

Son muchos los ejemplos que se pueden mencionar de la temática gastronómica en la literatura universal. Recuérdese en el antiguo testamento que Esaú perdió su primogenitura por un plato de lentejas que le ofreció Jacob; Jehová hizo llover Maná del cielo para que comieran los judíos en el desierto; Jesús en la última cena les da de comer a los apóstoles su sangre y su cuerpo; Enkidú en el poema del Gilgamesh aprende que el comer es una necesidad del hombre y luego se embriaga con siete copas de cerveza; El Quijote era “hombre de más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes…”, Joyce hace al protagonista de su Ulises pasarse gran parte de la obra con unos riñoncitos de cordero en su bolsillo decidiendo cuando comerlos; Neruda nos convida con sus odas: a la Cebolla y al Caldillo de Congrio: “en las ollas chilenas, / en la costa, / nació el caldillo / grávido y suculento, / provechoso (…)” podríamos continuar con los ejemplos pero que sirvan de aperitivo estos dados.

Los libros se catalogan como la comida por la manera que se tiene de consumirlos, unos se saborean lentamente con ganas de que no se nos olvide ni se escape sabor alguno, como una buena Boullabaise; otros se devoran, se tragan, se engullen con un hambre atroz sin saborear nada, como carne de parrillada cuando se prolonga la cocción y abundan los tragos; otros nos sacan del calor de la cotidianidad y nos refrescan el cuerpo y tal vez el espíritu como un frío gazpacho andaluz. Existen obras sabrosas como Cien años de soledad, también aromáticas como los poemas de Emily Dickinson; hay libros que son comida rápida de cadenas: cualquiera de los de Paulo Coelho; hay libros celestiales y sagrados como una ostia, y ésta es Jesús hecho comida lo que nos hace pensar en la posibilidad de un dios comestible. Hay libros que son comida de aviones como los de Isabel Allende; hay algunos que nos asquean como pútridos alimentos; otros que no logramos digerir, pruébese con Kant; algunos se nos antojan como un bombón o un caramelo; otros son necesarios porque nos proporcionan alimento y sin ellos no podríamos vivir; otros libros sencillamente son comida chatarra, que aunque dañina se consume descaradamente por casi todo el mundo; estos sin menciones que puedan ofender a alguien.

Así mismo hoy podemos decir que en la cocina se puede catalogar los platos como a los libros, algunos son best-sellers como el Steak Tartar, o la Ensalada César, no se dirá que son malos, sólo que son por todos conocidos y quizás degustados. Algunos son clásicos como el Steak pimienta o La paella que perdurarán en el tiempo; otros platos son tratados filosóficos profundos y pesados como unos buenos callos a la madrileña. Algunos son inconsistentes como una torta que no levanta, algunos resultan insulsos como consomé sin sal. Hay platos que son poemas que conmueven al comensal como Safo o Gabriela Mistral, otros platos como el famoso Coq a vin parecen novelas complejas como de Dostoyevsky. La clasificación y los símiles pueden seguir hasta el cansancio porque la literatura como la cocina son infinitas y aunque se crea que ya todo está inventado siempre está el cómo lo interpreta cada escritor o cocinero.

No se hablará aquí de los recetarios, ni de libros eruditos de cocineros famosos o gourmands, ni de libros de crítica culinaria, menos aún de las historias de cocineros. Pero se hará mención de algunos casos que excepcionalmente sirven de puente entre las letras y los fogones en la literatura latinoamericana. Isabel Allende en su Afrodita tiene un excelente relato llamado “Cocinando desnudos”, Laura Esquivel se hizo famosa con Como agua para chocolate ; Silvina Ocampo uno llamado Los Amantes publicado en su libro Las invitadas. Mario Benedetti en sus Relatos Montevideanos tiene: Almuerzo y dudas; Ángeles Mastretta tiene un Guiso feminista en su Puerto libre.Caso de atención especial merece el relato de Almudena Grandes: Malena, una vida hervida, de su libro: Relatos de Mujer.

Todos estos son ejemplos gloriosos de la relación entrañable entre cocina y literatura, muestran a la gastronomía como tema central o instrumento del relato. Pero existen muchas otras obras que no teniendo de tema central la cocina la mencionan o la usan como recurso del relato o de ambiente o como instrumento descriptivo.

Finalmente se dirá que la literatura y la cocina tienen en común al hombre porque de él se generan y hacia él están dirigidas. Ambas son artes y placeres absolutos, ambas tienen la sutileza y el poder de afectar al comensal-lector, ambas han evolucionado junto con la historia del hombre y se supeditan al contexto cultural y hasta político del sitio donde se desenvuelven. La cocina y la literatura tienen puentes sólidos entre ambas, son necesarias para la humanidad y seguirán vigentes, mientras esta exista se seguirán cociendo muchas hojas acerca de la comida y se seguirá escribiendo en los fogones platos maravillosos.