En las ciudades hay ciertos lugares que funcionan como sus órganos vitales, esos lugares palpitan y cumplen labores de vida en el organismo vivo que es una ciudad. Observando cuidadosamente se puede ver como palpita el pulso de una ciudad, como hace labores digestivas, como evacua los desechos. Para conocer una ciudad realmente hay que adentrarse en sus entrañas, como un internista examinar sus partes corpóreas que la hacen funcionar.
Es curioso que esos lugares vitales a veces pasan desapercibidos en la vida de la ciudad, en Mérida uno de esos lugares fue el Café Santa Rosa a pocos metros de la plaza Bolívar, allí según muchos entendidos se podía degustar el mejor café de la ciudad, cremoso, poderoso, aromático y servido casi al instante. Un local con una decoración que se quedó viviendo en años más prósperos; el viejo café a la usanza de los años cincuenta fue testigo silencioso de miles de conversaciones que entre el humo de una marrón caliente susurraban en distintos idiomas en sus mesitas o en su barra; allí se habló de política, de negocios, de fútbol, de poesía, de colores, de los demás, de arte, de literatura, y de seguro de amor y dolor.
Al parecer como cualquier organismo que envejece las entrañas de la ciudad degeneran, se deterioran o quizás solo se olvidan, así el café para muchos desconocido y olvidado por otros ha desaparecido de la historia de Mérida, a dejado paso al avance y nuevas ofertas del comercio y ahora el viejo y querido local se ha convertido en un negocio especializado en ropa interior colombiana, allí venden pantaletas saca-nalgas y sostenes maravillosos de esos “wonder” y se han callado los susurros, las tertulias, las buenas conversas, se ha apagado el aroma del café bien hecho, así como este ejemplo se van apagando las tradiciones y se van muriendo las entrañas de la ciudad, quizás sea una agonía muda, el comienzo de la muerte de nuestra ciudad.
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