Un plato no tiene que ser demasiado elaborado o con muchos elementos para ser bueno, hoy día influenciados por el minimalismo de Japón en alta cocina tratamos de que los platos luzcan con una aparente “simplicidad”; esto es difícil, mucho más de lo que suponemos. En la cocina venezolano eso fue logrado hace años en un plato archiconocido, porque lo sublime en la aparente simpleza de un tequeño se ha escapado de las fiestas y se ha perfeccionado, ha trascendido de su estado embrionario en contenedores de congelación y se ha hecho presente en toda Venezuela con una fuerza que sorprende y cautiva, además que deja atrás esa vergüenza por lo nuestro que nos tenía amarrados a los productos importados en perjuicio de los nuestros.
Esta preparación tan “sencilla”: Queso que se derrite en la sensualidad de un baile con un masa que en su danza lo envuelve y que se pone crocante y dorado al entrar en contacto con el calor del aceite, creo mis amigos no necesita más, es un todo en sí mismo, es un plato que no se le puede añadir ni quitar nada; aunque yo sé que tal vez alguno de ustedes con esa sangre caribeña necesiten de un poco de salsa para hacer ese baile más apetecible.
En una casa antigua que han conservado a pesar de los embates despiadados de la modernidad, una bella casa de tejas con zaguán, patio interno y grandes ventanas hacia la calle estrecha Marisol y Chabela tuvieron la buena idea y la dedicación de decorarla primorosamente, como quién decora una casa heredada o como quién respeta el espíritu propio de una casa con tanta historia. Allí en esa casa ellas han hecho de la delicia del tequeño todo un culto y le han buscado a esa masa bailarina otros amantes como la guayaba, la tocineta, el chorifrito, el champiñón y hasta el chocolate, no sin olvidarse de lo caribeño de nuestras costumbres y ponen unas salsas deliciosas para completar la experiencia. Por si fuera poco ofrecen llenas de orgullo dulces de plato como: lechoza, guayaba y limónzon, también unas tortas únicas y deliciosas con nombres que evocan artistas y personajes de estas tierras: Juan Félix; Epifania, Don Tulio y unas infusiones, receta de la casa, que tienen la magia de los páramos andinos y poéticos nombres. La atención es gratísima como todo en este negocio y uno se siente como en casa ya que lo atienden a uno sus propias dueñas.
Se llama Tequeños Café, queda a unos pasos de la restaurada Plaza de Milla en la calle 14 entre avenidas 3 y 4, vaya y déjese hechizar por los encantos y la magia de lo que allí ofrecen.
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