1.- Mis recuerdos del mes de Julio, cuando salía de vacaciones del Colegio tienen que ver con caminatas a la vega del río Chama, por la carretera vieja que va hacia San Jacinto desde Santa Juana, o por los caminos que conectan a la Urbanización la Mara con la vega del río, o por los lados de la la finca del General Pardi, ahora emplazamiento del estadio Metropolitano de Mérida; por allí caminábamos buscando caña brava, para elaborar cometas. Las cometas son esos hermosos juguetes que transportan a los niños a los cielos, haciendo posible el sueño de volar. Antes los niños elaborábamos nuestras propias cometas, buscábamos los carruzos, comprábamos el papel, íbamos a pedir a nuestras madres o abuelas el pabilo, esa cuerda retorcida en miniatura de color blanco, guardada en ovillos que usábamos para hacer el freno de la cometa y para conectarla con el puesto del operador que mediante ese hilo mágico piloteaba la cometa por los cielos azules y límpidos.
2.- Si alguien se pregunta por qué pedirle el pabilo a la abuela, es porque las abuelas venezolanas siempre tienen al menos un ovillo, ya que este hilo grueso y resistente se usa para amarrar nuestras queridas hallacas. El pabilo es usado en la elaboración de la hallaca mediante un nudo único, más que un nudo un amarre, que mis tíos llaman de doble"h", ya que se imita a dos letras de esas al amarrar a las multisápidas. Es de suma importancia el amarre ya que hace que la hoja de plátano no se abra durante la cocción y se pierda el preciado contenido de masa y guiso que se cuece lentamente dentro de la envoltura. Importancia más alta para las hallacas andinas que llevan el guiso crudo y deben cocerce durante al menos 4 horas. Así el pabilo es precinto del sabor y la sazón de las casas venezolanas. En casa de mi abuela Valeria, mientras ella con sus hijas y nietas, elaboraban las hallacas, armándolas con esa sapiencia que ha pasado de boca a oído, de generación en generación; sus hijos y nietos ayudaban a amarrarlas, dirigida toda la operación por la matrona Valeria con amorosa mirada. Amarrar más de cien hallacas, entre chistes de mis tíos y música del pequeño radio reproductor de mi abuela, en casa de ella, o en casa de mi tío, por cierto ubicada cerca de aquellos sitios a donde iba a buscar carruzos para las cometas, son recuerdos que con pabilo están amarrados a mi alma.
3.- La cometa invento de los chinos, que en alguna época sirvió para enviar señales o dar órdenes militares se ha convertido con el paso de los siglos en símbolo de la libertad de los niños, o de la niñez no olvidada en los adultos, o conexión entre padres e hijos. Las cometas más hermosas de Venezuela las hacen en Barquisimeto, son coloridas, grandes y hechos con papel celofán, siempre de colores llamativos y semitrasparentes. Vuelan por los crepúsculos famosos de Lara como aves del paraíso. Una vez mi papá en un viaje me compró una de esas hermosas naves espaciales larenses, parecía de hecha de un material extraterrestre era como un cristal de colores de un mineral desconocido hasta ahora, flexible y ligero y resistente. Mi emoción al tenerla aún me sobrecoge de sólo evocarla. Fuí la envidia de mis amigos con mi hermoso papagayo larense. Una tarde innolvidable con mi papá fuí a volarla por los lados de la Hechicera. En su vuelo alto y orgulloso recuerdo mi alma de niño inquieta y emocionado donde a travéz del pabilo maniobraba aquel pájaro de ensueño. El pabilo que une mi presente con mi niñez feliz. El pabilo que unía la adultez de mi padre con mi niñez, llevando a mi padre como una cometa a sus recuerdos infantiles. Años después, ya grande, mi papá me trajo otra cometa gigante, aún la tengo conmigo en mi cuarto en espera de otra tarde con mi padre.
4.- Pabilo que amarra hallacas, hallaquitas,carabinas, tungas, cachapas de hoja. Pabilo que ata cometas, papagayos, volantines, petacas, infaltable es el pabilo en las casas venezolanas, así como infaltables son los recuerdos felices en un alma dispuesta a mirar atrás. Quizá fue de pabilo ese famoso hilo que Arianna le dió a Teseo para que no se perdiera en el laberinto, quizá del pabilo que usó para volar sus cometas junto a su hermana Fedra, ¿Quién podría decir que no? El pabilo sirve también para hacer las mechas de las velas, así el pabilo es motivo de luz y vuelo, de fuego y aire, que hilo hermoso el hilo pabilo. Los niños más grandes ponían a las colas largas y variopintas de sus papagayos hojillas de afeitar y así atacaban otras cometas, volviendo el cielo campo de batalla para guerras de cometas silenciosas y terribles. Las hojillas con su filo como espadas terribles destrozaban otras cometas o cortaban su unión con la tierra: el pabilo; así abatidas caían a tierra o huían libres, volando por su cuenta hacia el infinito. Algunas cansadas de volar o sintiéndose derrotadas se ocultaban en sitios inaccesibles para sus dueños: altos árboles, cables eléctricos y algún tejado. Yo presencié esas batallas hermosas entre furiosos papagayos que luchaban por ser los únicos dignos de volar por los cielos límpidos del Julio merideño. También fui partícipe de mil amarradas en hallacas propias y ajenas. Es normal que alguien vaya a hacer hallacas en casa de vecinos y amigos y colabore amarrando con pabilo esas delicias. Aunque estas tradiciones se van perdiendo como se perdieron mi cometas infantiles, así el país que crece con sus ciudades se aleja de esa niñez feliz que era hacer cometas y elaborar hallacas, hoy día se compran papagayos semiprofesionales de fibra de carbono y ¡Horror!con hilo naylon, olvido del carruzo, del papel celofán y lo que es peor del pabilo, hilo tan querido. Una Venezuela adulta que no deja tiempo para que sus hijos amarren las hallacas ni las de su casa ni de las de los amigos, porque entre estress y distancia, ya ni hay tiempo para hacer estas cosas.
Venezuela es una niña que ya casi no vuela con cometas porque el tiempo no la deja, Venezuela es una abuela que ya casi no hace sus hallacas porque es más cómodo mandarlas a hacer. Mientras tanto yo sigo hilando los recuerdos de mi niñez y el pabilo me une como una cometa con mi infancia donde entre papagayos y hallacas, aromas y caminatas, risotadas y gritos conocí la felicidad.
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