viernes, noviembre 02, 2007

Los Corderos de Carracci y Gámez


1580

Oleo sobre lienzo, 185 x 266 cm

Christ Church Picture Gallery, Oxford


Varias veces fui cuando niño con mi familia a la finca Mistajá, estación de la Universidad de los Andes para la introducción de ovejas a las zonas altas de Mérida para su explotación. Aunque el proyecto era bueno, la cosa no se expandió, me imagino porque no forma parte de la cultura venezolana el consumo de ovejo en la dieta común.

Recuerdo que en aquella finca hermosa en la vía a La Azulita, hacían matanza de ovejas y a algunos primos y a mí no nos dejaban ver la matanza ya que eramos pequeños y nos podía impresionar. Mis primos y yo fuimos a hurtadillas y finalmente vimos la matanza, limpieza y despostaje de un par de corderos. A mí más que impresionarme negativamente me fascinó el hecho de que los corderos daban la vida para que nosotros comiéramos. En eso días estaba haciendo el curso para mi primera comunión y estoy seguro que algo de eso comenté allí, cosa que a la catequista de seguro le ofendió, ¿Cómo iba a estar comparando a una oveja cochina con el cordero de Dios, el mismo Jesús hecho Cristo? Ante el regaño y consiguiente sermón del Cura de la iglesia, al que por su puesto le informaron de mis infulas heréticas; se me olvidaron mis reflexiones filosofico-religiosas y me preocupé por las teológicas-gastronómicas, como la de que si la ostia es el cuerpo de Cristo y el vino su sangre, ¿No era el cura un caníbal? ¿Nuestro Dios era comestible? ¿Por qué nos comiamos a nuestro Señor? Estos pensamientos me llevaron incluso a proponer a mi madre que me cambiaría mis hábitos alimenticios a los de vegetariano estricto.

Me ocupaba de estos problemos cuando volvimos a Mistajá y esta vez mi papá me hizo entrar a ver la matanza, cosa que el pensó me haría bien para mi formación de hombre y luego nuestra amiga Maribel de Oviedo, una simpática madrileña comadre de mi tío Luis Enrique, preparó un estofado de cordero innolvidable. Este platillo fue para mí fundamental, ya que me hizo olvidar mi pretensión de ser vegetariano. A la mañana siguiente Maribel, tal porque me vio como Pepito preguntón o por el interés que demostraba por lo que en la cocina hacía, me enseñó a hacer Tortilla de papas, uno de los platos que en mi pequeño círculo familiar me crearon fama de buen cocinero.

Hoy me encontré este bello cuadro de Annibale Carracci, su contundencia disparó en mi el recuerdo de aquellos corderos, que representan uno de mis primeros pasos en la cocina y una de las impresiones que en mi alma de niño dejaron honda huella.

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