Nadie conoce verdaderamente una ciudad si no visita: su iglesia, su cementerio y su mercado. Los mercados llenos de colores y aromas son esplendidos cuadros vivos, son obra de arte que se mueven y evolucionan. En Europa hay un culto por los mercados locales, sin esa devoción consumista y cómoda tan gringa por los supermarkets donde la comida está tan lejos de su origen, de sus productores, tan empaquetada, tan plastificada que el comprador no puede oler, tocar o sentir los ingredientes. En los mercados por el contrario se sienten los ingredientes, se siente la energía de la tierra que termina en rojos pimentones, verdes limones, crocantes celerys, danzantes cilantros, berenjenas rechonchas, orgullosas piñas, calabazas fortachonas, jugosos tomates, en fin un universo de vegetales tan extraordinario como pintoresco son los personajes que los venden.
Mercado de Cuzco; Perú
Toda ciudad, todo pueblo, toda localidad tiene su propio mercado, todos hermosos y pintorescos, supeditados a la región y a las costumbres, pero todos llenos de tesoros que esperan ser descubiertos por los compradores. Verduleros, herbateros, charcuteros, carniceros, taguaritas, comederos, carniceros, vendedores de gallinas vivas, fruteros, pescaderos, venderos de granos, de exquisiteces lo que se imagine y lo que no. Visite su mercado local, disfrútelo, conózcalo, explórelo lo llenará de energía lo emocionara y lo inspirara a cocinar, a comer o escribir un poema.
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