domingo, septiembre 17, 2006

EN MEMORIA DE MIMI (Mi Miriam)

El jueves 14 de septiembre el cielo reclamó un ángel, como me dijo Peter su hijo, Miriam se fué a las 9:20 de la mañana. No voy a poner una nota triste, pues Mimi no gustaba de las tristeza sino de la alegría extrema, pues ella amó profundamente la vida, y por tanto necesario es hablar de la vida y su belleza.
Que qué tiene que ver eso con la cocina... todo, Mimi fue una inmejorable cocinera, su nombre es sinonimo de buena madre y de amor. En la mesa de su gran cocina, que en ella cabía mi apartamento y sobraba espacio, conocí el secreto más grande de la cocina: el amor, pues Mimi llenó de amor los aliementos que cocinó, pues cocinó con el objetivo de dar a amor a sus comensales. En su mesa aprendí lo que es la familia, el amor, la unión, en su mesa aprendí la seducción de los aromas y los colores, el colorado de su remolacha insufló en mi corazón la intesidad del cariño bien dirigido, el aroma de su sopa de cebolla me enseño la secreta relación del estomago y el corazón, la potencia innolvidable de su Gulash me enseño las partes de la familia y la importancia de la unión amonica de los ingredientes aparentemente desarmonicos.
Quién la visitó en su casa no pudo dejar de quererla ni dejó de recibir algo de comer, pues ella nunca permitió que alguien se fuera de su casa sin que dejara de probar bocado. Su corazón fue tan grande que cabian no solo sus cinco hijos ni sus muchos hermanos, ni sus numerosos sobrinos y primos sino que tenía cabida para muchos amigos y unos cuantos hijos adoptivos, entre los que me cuento. Su alma fue tan grande que disfrutó de los pequeños placeres de la vida, degustó la vida en plenitud, desde lo dulce de sus bellos nietos hasta lo amargo de los malos ratos, todo lo degustó, nunca se le oyó quejarse, su alma grande le permitió ser más que el mundano sufrimiento, que el egoismo y que la irracionalidad de las pasiones humanas, en su aparente humildad era imponente, con su absoluta fe era descomunal.
En su mesa aprendí que no era bueno sentarse en la mitad, pues él que se sienta en la mitad le toca pasar las bandejas pa allá y pa acá y no come tranquilo, en sus fogones aprendí que las especias son excelsas no solo por su sabor, sino por la proporción justa, y la armonica, pues su sabiduría se vislumbraba en el uso del comino y la páprika. Su casa abierta a los amigos propios, pues los amigos de sus hijos pasaban a ser amigos de ella, en esa casa grande regañó a Sumito porque según ella le dejaba la cocina sucia cuando hacian arepas en las madrugadas luego de las juergas, en su cocina se celebraron las fiestas, de la familia, porque las mejores fiestas eran en la cocina de Miriam. En esa cocina la vimos olvidarse de nombres no por distraída sino porque amaba, porque ella no amo solo con el corazón, sino con todas las partes de su ser.
En la confección de sus hallacas aprendí que siendo tolerantes se puede hacer que una aceituna y el maíz convivan juntos y sean armonicos, en sus hallacas aprendí que todos son buenos si se les da la oportunidad, sin juzgar hasta una alcaparra resulta apetitosa, y una odiosa pasa pierde sus arrugas cuando se somete al calor del hogar, del fuego, así como trató a los ingredientes trató a la gente, sin prejuicios, ni juicios, sin egoismos o reservas, ella creyó en la gente, aún en la que nadie creía.
En su casa aprendí que el hogar es cálido porque el hogar es fuego y el fuego es amor, así que su corazón ardia de amor, su corazón era un hogar que calentó a todos quienes se le acercaron. Aprendí que era bella porque nos veía a todos bellos, que era grande porque nos creía a todos grandes, nos hacía grandes, era justa pues nunca juzgó a nadie, era discreta tanto que no publicó sus dolores, los calló, los cocinó a fuego lento hasta que ablandaron, para no melestar a nadie, sin quejas; pero sus querencias a esas si las asaba en llama viva, pues de llama viva era su corazón.
En su mesa comí a mis anchas los manjares más exquisitos, pero no por lo caros sino porque los ennoblecia con su sapiencia, hacia de un humilde plátano un manjar y de un arrocito todo un festín, me enseñó que un buen cocinero no es quien usa ingredientes excelentes y caros, me enseñó que un buen cocinero es quien hace cualquier ingrediente exquisito.
Mimi amó comer tanto como amó la vida, quizás porque sabía secretamente que la comida y la vida están relacionadas intimamente. Hoy estoy contento pues Mi Miriam trascendió, se alejó de esta vida sin quejarse del sufrimiento, vuela hoy en las altitudes que no alcanza nuestra condición de humanos, y estoy seguro que come en el banquete celestial porque se lo ganó en su vida piadosa, llena de amor y de generosidad porque así fue ella, generosa.
Hasta siempre Mimi, cocinera de mi corazón, madre de madres, amiga de amigas, alma grande, hasta siempre mi linda, gracias por el calor de tu hogar, el sabor de tu amistad y la intesidad de tu amor

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