NON POTEST CIVITAS ABSCUNDI SUPRA MONTEM POSITA:
" No puede ocultarse una ciudad colocada sobre un monte."
Escudo de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Mérida
Mérida en agosto se calma, se aminora el ritmo que lleva normalmente, se desnuda de su traje multicolor de estudiante. Vuelve a la parsimonia de sus viejos días, parece que sus calles retrocedieran en el tiempo y otra vez estuvieran en los días del blanco y negro, de las ventanas de alas abiertas y sin rejas. Parece que rejuvenecieran las viejitas y de nuevo coquetearan en las calles antiguas. Mérida en Agosto se calma bajo el sol radiante, se mece con el viento, el mismo viento juguetón que eleva a los casi extintos papagayos, baila lentamente como enamorada de sí misma, de su propio recuerdo, de lo que era y está dejando de ser con vertiginosidad embriagada con licores de progreso y tecnología.
Las mañanas de agosto son de pizca con arepas de maíz, de perico con cilantro de la huerta, de chorizos guisados con tomates y cebollín, de chicha de maíz fuerte, comida fuerte para gente que trabaja duro y en un clima adverso, comida de gente recia que enfrenta la tierra hiriéndola y domándola con sus herramientas. En agosto se olvida Mérida de los viaductos que acortan las distancias, que brincan el Albarregas murmurador, que hacen de la otra banda la misma banda. El verdor apacible susurra sus secretos a quién se siente a oírlos, agosto en Mérida hace que su gente sienta nostalgia por los paseos al Monte Zerpa, al Arenal, a las cascadas de Santa Catalina, a la laguna de Santa Rosa, a la de Santa Ana, al parque de la Mucuy e ir a San Benito a comer pastelitos y chicha, santos del catolicismo que alimentó a su gente, santos del catolicismo que los llenó de esperanza para luchar, que los hizo fervorosos, devotos, respetuosos, taciturnos, trabajadores, abnegados, resignados.
Sus mediodías especialmente los de los sábados invitan a un hervido de gallina pica tierra, a un modongo con maíz blanco, a una Chanfaina, a un cochino frito, a un Muchacho relleno con ensalada de papas, zanahorias, remolachas y huevos duros, todo en rodajas, todo salpicado con cilantro, invita a una trucha extranjera regionalizada por obra de la magia de los páramos y la paciencia de sus pescadores, invita a un pollo guisado con arroz blanco, a un pescuezo de gallina relleno, a unas costillas de cochino asadas al carbón, a unos pollos a las brasas en el vallecito.
Mérida en agosto se pone melancólica, y su tristeza deambula por las calles, por las plazas y por sus muchas iglesias, las tardes de agosto invitan a una taza de chocolate humeante con trocitos de queso ahumado y unas acemas o pan mojicón con café con leche bien dulce, esas meriendas de las abuelas, de los patios interiores de sus casa de aleros, de su religiosidad que ahora se apena ante la juventud irreverente, ante el estudiantado desinteresado en las tradiciones centenarias. Da un sabor en la boca como de aliados, de morones, de alfeñiques, de dulce de higos, de dulce de toronja, de currunchete, de torta de plátano maduro con queso criollo y jamón, postre este extraño como extraños son los senderos de sus montañas, misterioso como sus habitantes y sus cuentos de páramo.
Mérida en agosto es más que parques temáticos y funiculares que despiertan a las águilas blancas, es más que gorritos a pleno sol o bufandas al mediodía, es autenticidad de sus tradiciones, respeto por su pasado, belleza pura, suavidad insondable, energía inexplicable. La luna en agosto es como una arepa de harina con queso que a lo lejos relumbra en su propia delicia, las noches invitan a una taza de aguamiel, a un guarapito de cidrón, a un guamazo de callejonero, con cadeno, con díctamo real, con frailejón morado. Mérida en agosto es ella misma a pesar de los turistas que la agreden con sus gritos y con la basura que se esfuerzan en esparcir, es más que maracuchos sin camisa en el pico nevado o filas de morenos con gorritos y bufandas, es más que sus mercados llenos de artesanía industrial hecha en otras latitudes, Mérida es un centro energético que tararea una canción que habla de tradición y de respeto y que dice como mi amigo Don Porfi: “Tranquila la vida”.
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